Los viajes, físicos o no, han de permitirnos ver las cosas desde otra perspectiva, experimentar nuevas sensaciones, descubrirnos de una manera en que no nos conocíamos, «porque mi viaje/ no es de luz ni transparencias/ tiene la calidad espesa incandescente/ de la entraña volcánica/ de la sal en mis mejillas/ de un rostro rendido como para que alguien lo bese/ en mortal acercamiento». En El duende de las cosas repetidas, Lirio Garduño-Buono comparte esas vivencias, asentadas en la memoria, que han visto la necesidad de surgir en palabras.