A partir de las historias, tan familiares a veces, sobre gobernantes, escritores, personajes bíblicos, literarios, históricos, etcétera, Armando Gutiérrez Méndez nos presenta, en Apilados cráneos de mamut de piedra, una serie de textos en los que da ciertos matices a las causas que desencadenaron los acontecimientos que hasta el momento de esta lectura nos parecían de sobra conocidos, provocando que los apreciemos de manera distinta –y, por qué no, quizá con ello revierta su significado–: «Abel era un pastor, un hombre frívolo […] Envidiaba a Caín por ser el primogénito […] Caín era un hombre sedentario y un labrador. Abel lo provocaba constantemente, y éste lo mató sin saberlo: antes nadie había muerto. Jehová se asustó al ver el cráneo destrozado de Abel y dio a Caín la luna por cárcel y lo condenó a cargar con un haz de espinas hasta el fin de los tiempos. Caín no replicó como debió haberlo hecho y se exilió de Dios y de los hombres […] Somos hijos de Caín y todavía huimos sin atrevernos a gritar lo que debemos decir».