Anticiparse a los movimientos del contrario no es sólo cuestión de dominar la técnica correcta (el sharingan, como lo detalla un peculiar epígrafe icónico de este libro), también requiere unos ojos cuyo fondo de maraña nerviosa sea las “Cabelleras / de dos niñas / frente al tocador”. Ahí, en los órganos de la visión, radica la extrañeza, no como aquello por completo inesperado (la epifanía), sino como lo que siempre estuvo ahí, agazapado y listo para traicionarnos bajo su aspecto anodino, repetitivo como un ebrio que levanta una y otra vez la copa. Seres y objetos familiares son el asunto de la escritura de Pedro Mena Bermúdez, ese elenco donde no hay nada que ver pero cuya impertinencia nos hace temblar, desposeídos por una sensación ominosa que repite al lector: “ya no vendrán refuerzos / ...Bip / ya no vendrán refuerzos”.
Unheimlich es el lugar “donde la gota de aceite quemado salpica” y la ramera agujereada por el cáncer no parece estar tan lejos del derrumbe que puede ocurrirle a cualquiera de nosotros en cualquier momento.